Mientras el Ministerio de educación y el Sutep se encargaron de entorpecer los procesos educativos en el Perú, un puñado de profesores no permitió que la grieta nos condenara al olvido.
Fue el triunfo de la imaginación; acaso la humanización de la carpeta. El magisterio peruano, en su porcentaje mayor, ha optado por la forma (y burocrática, a mayor escala), olvidando lo esencial: el compromiso con la imaginación crítica, la investigación y sus seducciones científicas y humanísticas. Ése es el asunto postergado.
Vivir creativamente, en la casa y sobre todo en las aulas, tendrá que ser el reto. El problema es que el magisterio ha desterrado las humanidades. Las trampas de las autoridades impiden un baño de ciencia y arte.
El poder, ente abstracto, condena a la frustración y el desaliento (otro ente abstracto). Lo invisible, como en el cuento Casa tomada, de Julio Cortázar, va arrinconado voluntades y sueños.
El magisterio peruano está en un tren de lugares comunes. El cuento de la modernidad tecnológica, de digitalización y, recientemente, de inteligencia artificial, les ha hecho creer que su vida pedagógica está encaminada. La era digital los convirtió en algoritmos y hologramas que tienen pesadillas y temen llegar a la sanción de la conciencia.
Esa polémica sin fondo de si se saben profesores, docentes o maestros, no tiene asidero. Sean luces que armonicen Wiracocha con Grecia y con Tenochtitlan. Seremos, entonces, valiosos.
